LEVE CENIZA, de darwin bedoya

Posted: jueves, abril 16, 2020 by Walter L. Bedregal Paz in
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Darwin Bedoya

Leve ceniza

Grupo Editorial "Hijos de la lluvia"
Colección: Letras de la poesía latinoamericana N° 01
64 pp. 2010

R i t u a l e s

No escribiré nada acerca de lo que he visto. /Escribo al pie del instante
que esquivo, /a rastras de una pregunta preñada de preguntas.
¿Cómo decir que no soy, pero que, en cada palabra,
me veo, me oigo, me comprendo.
Edmond Jabès

[LXXXV]
Comienzo a escribir como quien empieza a nacer. Las palabras no son del viento, pertenecen a la poesía. Mi voz se ha dedicado a aferrarse fuertemente de un extraño silencio. Me cuesta vivir lo mismo que escribir. Sin embargo, sé que vivo, porque mis manos, como una sombra, trazan las huellas del silencio.

[LXXXVI]
¿De dónde vengo para callarme tantas cosas? Uno escribe en el viento y la poesía sucede. Ahora me pregunto si alguna vez fui una cosa humana. Si un día mi boca pudo haber dicho sílabas negras. ¿Quién habitará mañana estas líneas que va dictando, lentamente, mi mano?

[LXXXVII]
La poesía está más allá de las palabras o las palabras sólo sirven para sentirse poesía. Creo que estas no son las palabras, pero con un poco de suerte hubiese escrito un poema. Presiento que voy a un sitio que no es mi lugar. He perdido los papeles y tengo miedo de encontrar esa otra voz. Mi boca se ha quemado. Escribir siempre fue una forma de escapar del que habla. Esta noche que nadie diga mi nombre.

[LXXXVIII]
En ti me quedo, mi más indudable y alcanzable espejismo. Aquí las palabras juegan al silencio. Elijo este nido de huesos. Me quedo para siempre en estos jardines negros; todo intento por salir es inútil. Ciego asombro de la nada, me sobran las palabras.

[LXXXIX]
Yo jamás quise escribir palabra alguna, creo que nadie pronunció estas cosas, y ya es de noche en la cuesta. Ahora va mi voz a tientas por el silencio. Lanzaré mis huesos al viento, ya no quiero pensar, ni siquiera parecer nada. No diré más nada. Nadie sabrá la causa de estas palabras calladas. Empiezo a huir de mí. Me iré lejos. Sin mí.

[LC]
Es difícil este poco de silencio, las palabras me hablan desde la corona de ángeles que tengo en mi cabeza. Que nadie diga que los dolores no emocionan, porque muchos saben que se muere fácilmente frente a la escritura. Mis manos buscan palabras en mi boca. La distancia no volverá a existir. Estas palabras son los versos que nunca escribí. Mi cuerpo es un madero que se incendia.

[LCI]
Acomodo mis huesos en el centro de la hoguera: ¿Qué puedo ser en este desierto colgando de una flor? Ya nadie podrá cambiar mi existencia, mi cielo fornicador; gastado por el sexo y la locura que pende de mis cabellos; ya nadie atizará con palabras este fuego rojizo. ¿Dónde la ceniza? ¿Dónde la escritura? ¿Dónde mis manos? Que alguien corrija esta osamenta de sombras y ceniza.

[LCII]
Mi palabra se hace destino. Cada vez que escribo, un silencio me nace y no veo caminar a nadie conmigo, nadie escucha lo que digo. Mi palabra es la sangre vertida por los caminos que me persiguen. La muerte se va escribiendo sola.

[LCIII]
Soy el que no se cansa de contar las cicatrices en su rostro. El que corre hacia sí mismo. El que cura sus heridas con orines. Soy ese que no tiene dónde caerse muerto. El único que desconoce estas palabras. Me da miedo la posibilidad de seguir viviendo. Me he cansado de ser el único milagro en este vacío.

[XCIV]
Que alguna palabra corone este silencio con puros huesos. Que la poesía me imponga otro esqueleto ahora mismo, porque temo que mi demonio sea tan cruel como el vacío que sólo hace sombras. Mañana van a faltar muchas palabras. ¿Qué podré decir entonces?

[XCV]
Estoy leyendo estos muertos desparramados en mi patio. Estoy quemando el fuego que enciende y apaga mis sueños. Las palabras ya no son las que digo, el silencio es mi voz. El fuego es el goce de mis oraciones. La ceniza: un eco lejano de lo que fui.

[XCVI]
Estas palabras se repiten como la muerte en un silabario incompleto. Pero es mi nadie quien escribe, es como un demonio que se pone a orar para otros demonios. Es el silencio quien escribe estas sílabas negras. Crepúsculo desangrado, yo no existo.

[XCVII]
En mis palabras habita un poema oscuro. Cada vez que escribo, el cielo se nubla, y los pájaros se pierden en el mismo limbo que siempre anidaron. Escribir siempre será un dolor de uñas arrancadas: cielo nublado, pájaros perdidos.

[XCVIII]
En mi dios reposan las desdichas, y un poco de saliva me obliga a escribir desde mis vacíos: escribir para enmendar el silencio, desde hoy me dedicaré a masticar mi ausencia, sé que todavía tengo la lengua negra de tanto estarme callando. Ya nada humano me conmueve.

[XCIX]
Sólo porque las palabras pueden ordenar este caos, sólo por eso puedo ser silencio. Porque nadie podría estar en el lugar de las palabras. Quizá por ello soy un dios sangrante, la nada escrita en la palma de una mano.

[C]
Los gusanos de mi muerte escarban felices en mi pecho, se sientan en mis huesos y siembran su dentadura en mi corazón. En otro lugar suena una campana negra y ellos sonríen, el viento se lleva la ceniza derramada, carne de mi carne, pobres gusanos míos, siempre inventándome.

[CI]
Las cosas que escribo son la contemplación de la distancia. Cada palabra pronunciada me dice que crío en mi casa un vacío más grande que el mismísimo cielo. Escribo de rodillas, y todos los venenos y palabras dejan de pesar en mis manos. Osario de vocablos, hueso informe de la nada. En la lejanía puedo ver una candela. Escribir es caminar en la media noche, sin ninguna lámpara que te alumbre.

[CII]
Entumecido cadáver vivo, tú que todo lo dices sin hablar. Tú que mendigas con las dos manos, sabes bien que esta sangre ya estaba envenenada. Sabes que no hubo mejor veneno que este que ahora te quema la vida. Ya ves que no me arrepiento de nada, yo fui el veneno.

[CIII]
Llegaré hecho sombra, no existirá mi fantasma. Mis huesos y mi sangre serán un recuerdo, unos rastros de olvido comenzarán a pesar en mi forma de escalera, y un perro hambriento lamerá estos huesos. Todo por amor al olvido.

[CIV]
Un cráneo rebalsando mariposas, un caballo galopando sobre las palabras que bebo como un vino ciego, unas manos diciendo adiós, como un gusano perdiéndose en la bruma de la carne, creo que sólo es alguien llorando un mar de ausencias en mi pecho, mariposa que se posa en los vanos de mi cráneo. Eran muchos caballos y hacía polvareda. Las mariposas siguen volando para saber que existen.

[CV]
Estas palabras son las preguntas de mi ausencia. El recuerdo, hoy no dice nada. Escribo envenenado y las sílabas sangran incontenibles. Temo que al atardecer no sepa qué rostro llevo conmigo. La escritura es mi último veneno.

[CVI]
Me incendio los ojos con estas palabras. Mi escritura hace sombras en cualquier paraíso. Entonces ocurre un exceso de sombras. La ceniza imita el trazo de una fiebre goteando de mi pecho, es demasiado tarde. Los ojos arden, son candelas de un silabario que nadie sabrá comprender. Mi lengua se hace una sílaba ensangrentada. Ya sólo soy una parte de mí. Arden las palabras.

[CVII]
Mi tormento posee un extraño nombre, se arrastra en mi corazón y es otro el que siente y llora el desconsuelo. Alguien muere por mí cada día, sin saber que ya no existo.

[CVIII]
¿Acaso mi única realidad es esta que nombro? ¿Acaso las palabras que digo son un camino distinto del que pienso? Otra persona me habita, otra sombra borra el viento de mis ojos. Todo animal cabe en mí, toda palabra sea escrita en mis manos. Bajo mi negra lengua oculto el rescoldo que alguna vez incendió las palabras. Soy ceniza escrita en el viento. La palabra ausente. ¿Qué estoy diciendo?

[CIX]
La muerte se confunde en mis palabras: porque mientras escribo, me voy dando cuenta que esta presencia no podrá existir en ninguna otra muerte.

[CX]
Quiero que ante el silencio, poesía, seas la única palabra escrita en el mundo. Deseo que guardes las penas del infierno para mí. No te olvides que yo quería cantar entre las higueras y los relámpagos. Porque hoy he mirado atrás y he visto los días tirados en el fuego, todos como un ángel muerto. Sus alas de ceniza aún se movían. La luz del relámpago terminaba al tiempo. Un sudor blanco me lava los ojos.

[CXI]
¿Qué palabras, qué sílabas hirientes quieren oír? ¿Cuántas palabras hacen falta para decir el silencio? ¿Cuánto sabe una lengua que ha lamido el paraíso de la sal en mi pecho? ¿Cuánto falta para la ausencia? ¿Qué palabras, qué silencios esperan de mí?

[CXII]
Mis días tienen una historia volcada como un charco de sangre. La vida es más antigua que yo, y me desconozco. Pero digamos que soy yo. Escribamos que invento un jardín para todas las sombras. Supongamos que hay poesía con mi silencio. Y que yo, todavía no sé quién puedo ser.

[CXIII]
Pasan entre mis huesos unas manos vacías: un alfabeto envenado. Hay señales de despedida cada vez que la ceniza habita mis ojos. Presiento que vienen los desterrados del Paraíso, los que inventaron las horas negras que mueven el silencio de los días. A fin de cuentas, todo esto es algo mío que ya no me pertenece. Quijada enterrada, pronuncio todos los muertos, nadie habla.

[CXIV]
¿Cómo dejar abiertos los poemas? ¿Cómo destruirse en ellos, en cada verso? La angustia con que persisten estas palabras, sabe perfectamente que la muerte borra, con su larga cabellera, todo lo que voy escribiendo en mis noches de desvelo.

[CXV]
Un ave oscura anida en mis manos, por ella imagino la sangre que va por mis venas, mi única palabra ardiendo, con alas negras, cerradas mis manos.

[CXVI]
Mi cielo es una sombra, y como una pena va amaneciendo, un caballo atraviesa mi memoria, y los caminos se hacen polvareda, desdicha perfecta en la distancia. Ya nada humano puede conmoverme.

[CXVII]
Esta forma de llevar un rostro de cenizas es mi desesperanza. Mi nombre despertando en un vientre nuevo es mi otro delirio. Pero siempre soy el signo insomne que escribe poemas en otro lugar, soy el sonido de las palabras a las que renuncia la memoria, cada vez que sepan algo de mí, sabré que siempre fui el extraño al que nadie esperó: hablo de otra muerte, una breve eternidad.

[CXVIII]
Temo que el silencio sea en verdad el silencio. Tiemblan mis carnes al presentir que cientos de pájaros negros quieran hacer nidos sobre mi nuca. Temo ver una luz volviendo con la desesperación chorreando de tus labios. No sé dónde ir para no ver llegar a los perros de la memoria. Alguien llora y susurra oraciones, amontona mis huesos de muerto.

[CXIX]
Estas sílabas negras son parte de algún silencio. Aquí en mi pecho las palabras renuncian a decir algún remedio. Todo está oscuro desde hace un buen tiempo. Un pensamiento sale de las cenizas, mi boca está muda. Una flor comienza a reinar sobre la muerte.

[CXX]
No sé cuál es mi lengua, ni cuál mi sombra; me arrastra como a un niño este malviento, el silencio debe ser una maldición errante, por eso camino, de extremo a extremo, con mis dientes astillados y una luz perdiéndose en mis ojos.

[CXXI]
Las palabras en el silencio crecen como la hierba en un prado. Pero cuando las escribo, siento que no son capaces de contener a la muerte. La escritura es un paso urgente hacia la desaparición, ensalmo de un instante más para mis manos vacías. Aquí pudo haber existido un reino inmenso, con verdes prados. Aquí pude inventar un lenguaje para respirar, y no lo hice.

[CXXII]
Habito un hueso enfermo y, a veces, debo asumir una voz que me quite del rostro los vestigios oscuros. Es mi nombre el que se convierte en una sombra por el exceso de soledad. Hay una ilusión que se va ahuecando en mis ojos, como un trago de vino, un día no seré más: veo piedras ardiendo en otros ojos.

[CXXIII]
Supongo que habrá un lugar donde pueda esparcir mis huesos, donde mi sangre no tenga que llamarse sudor. Presiento que tendré que inventarme el alivio o volará ceniza por mi espalda. Mi nombre es un desierto de oraciones con agua y fuego. En todas las regiones de mis sueños llueve y llueve.

[CXXIV]
Sólo acariciando pájaros blancos logro imaginar un par de ventanas abiertas al silencio, y entonces las palabras caen eternamente escritas, se hacen poemas largos y silentes, arrastrándose, campanas colgadas en el viento, un murmullo errante. Mis manos sangran, el viento atraviesa las ventanas.

[CXXV]
Pájaros estas palabras, atraviesan el silencio como si no tuviesen alas, y son sólo sueños, sombras nuevas que se mueven, aleteos y mármol, caligrafías extrañas, un gesto imposible de volar, aves solamente. ¿Dónde comienza la poesía?

[CXXVI]
Al otro lado del mundo las casas están vacías, un hombre llega cansado y su dolor lo derrumba. Sabe la estrategia del olvido y la existencia de la poesía. La destrucción del silencio es la escritura contra la muerte, la ficción de la memoria. Nadie muere.

[CXXVII]
Tuve una vez un gesto sano, dije que no me conocía, porque nunca pude ser yo, sino, solamente aquel camino que no llega a ningún lugar; quizá una voz, un balbuceo, una espera. Hoy tengo la honda seguridad de que no soy nadie.

[CXXVIII]
Acaso mi única realidad sea esta que nombro, no la palabra que digo, sino el silencio de la palabra que pienso. Escribo para buscarme, y estoy tardando en encontrarme. Tal vez lo único humano en mí sea la escritura.

[CXXIX]
La muerte es un gusano trazando caminos en mi pecho. Una lenta ofuscación, un atuendo de neblina que nos separa de muchas cosas. Demasiados funerales ahora que quiero vivir hasta que las palabras en mi boca sean únicamente signos leves, como la ceniza o la poesía.

[CXXX]
Quizá un día las palabras no existan, entonces la poesía cantará más allá de la ceniza, cansada de ser polvo y olvido.

[CXXXI]
La poesía existe, en ella moran las más grandes heridas, la poesía es, porque un día vamos a morirnos, en aquellos lugares donde se reúnen las palabras que nunca terminarán.

[CXXXII]
Hubo un tiempo, mi corazón era un árbol, y pájaros dormitaban, en silencio, como la sangre, sombras de un desierto. Hubo un tiempo azul, era corazón; aún arde la leña, cenizas. Ahora la noche está ciega, empiezo a escribir.

[CXXXIII]
Las palabras son lámparas vacías, se apagan con el viento, palabras como olvidos, sólo osamentas esparcidas en el camino, polvo amorfo y sal, luz que ya no existe. Aunque ceniza esparcida, la poesía no se acaba.

[CXXXIV]
Si alguien pudiera devolver la carne a mis huesos, si pudiesen acariciar a mis muertos; pero son otros mis fantasmas de carne, otro el silencio de mis manos, otra la ceniza que brilla en el centro de mis ojos. Nadie me devolverá nada.

[CXXXV]
Ahora que mis palabras se pierden entre las sombras, como nunca, necesito creer que existe un infierno azul creciendo debajo de mi lengua. Porque, a veces, mis noches se hinchan como un dios enfermo, y en mis ojos empiezan a brotar hierbas oscuras, entonces sé de memoria que en algún corazón, un pájaro vuela buscando otra noche.

[CXXXVI]
Desde hoy me dedicaré a pedirle cuentas al tiempo, a quitarle palabras al silencio. Mañana, acostumbrados a un infierno extraño, mis poemas cruzarán, lentamente, el umbral de su propia muerte, entonces serán eternos. Comenzarán las canciones. Larga sombra colándose en los postigos.

[CXXXVII]
Escribo para sentir que aún estoy vivo. Aunque escribir sólo sea la vana intención de restaurar cenizas. Aquí en estas oraciones moran mis huesos. Por más que hable de serpientes o palabras, aunque escriba silencios y letras muertas; huesos y desapariciones, siempre hablaré de oscuras ceremonias. Aunque sé que nunca más volveré a escribir.



Darwin Bedoya

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La poesía de Leve ceniza nos transporta a un lugar
en el que existen pocos códigos para interpretarla
o demasiadas formas de entenderla.
¿Cómo se escribe la poesía necesaria para llegar a develar lo humano?
Cuando las palabras ya no dicen lo que deben decir,
¿cuál es el sentido de la poesía?
Las formas de la poeticidad, es sabido, son homogéneas,
y por lo mismo irreductibles; pero aquí,
en esta poetización de un lenguaje propio y sencillo,
también se instaura un caos generador de orden y lucidez,
así en los significantes como en los significados
y la poesía se transfigura,
traspasando aquello que se ha venido a llamar discursos herméticos
o aquellos que suponen una transparencia.
¿Entonces qué queda? La poesía extirpada a la poesía misma.
La poesía como la única posibilidad de fragmentarse a sí misma
para nacer de nuevo, para volver a cantar, a decir todo lo callado.
Y en este volver a decir no hay ninguna consideración.
Solamente la palabra sobre la palabra,
pulsación, plasma verbal, magma imaginario, violación de los límites,
oscuras ceremonias, huesos esparcidos y cantares y cenizas.
Esta es la poesía nacida del ser para el ser.

Walter L. Bedregal Paz




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P.D. El Director y Coordinador de la "Serie: Letras de la poesía latinoamericana", Walter L. Bedregal Paz, luego de coordinar con los representantes del Grupo Editorial «Hijos de la lluvia», y el ganador del Premio Copé Internacional de Oro 2011 en el Género de poesía, Darwin Bedoya, quienes tienen los Derechos Reservados del libro «Leve ceniza», gentilmente nos han cedido la parte final del libro, publicado en el año 2010 por el Grupo Editorial «Hijos de la lluvia», aquí la parte culminante de este su libro.

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